Por Carmen Gay
Cuando el día a día es un enfrentamiento constante entre padres e hijos
Uno de los aspectos que causan dudas y conflictos en la convivencia con los hijos es cuando los padres tratan de establecer unas pautas en su conducta y de manera repetida no se cumplen. Esto crea malestar en la convivencia y muchas veces en los padres una sensación de impotencia.
Los niños se niegan a cumplir una norma porque en principio no les resulta placentera y además, no tienen la capacidad todavía para entender la necesidad de ésta.
Muchos padres asocian el establecimiento de límites a los hijos con una actitud de represión y castigos, con una imagen autoritaria. También temen las reacciones de los niños cuando se les dice no, ya sea porque reaccionan con rabietas o porque creen que frustrarlos implica un daño psicológico para ellos.
Sin embargo, los límites se experimentan en la vida normal y este aprendizaje les aporta grandes beneficios.
¿Qué se logra cuando ponemos límites?
º A los menores les indica hasta dónde pueden llegar, marcan unas pautas de cómo actuar para un buen desarrollo psico-social.
º Son necesarios para respetar los límites de los demás y los propios, actúan como filtro de lo que es bueno y malo para uno mismo y los demás.
º Aprenden que también deben pensar en los demás, lo cual fomenta la empatía.
º Actúan como contención de las emociones y regulación, les ayuda a tolerar la frustración.
º Aprenden a convivir con los demás y conseguir sus metas en la sociedad.
Todos los padres saben la importancia de todo ello, y aunque no siempre es fácil a lo largo del desarrollo del menor le ponen límites adaptándose a su edad. Cuando son muy pequeños y no quieren ponerse el babero, pueden llevarlo a cabo como un juego. También dejar que espere un ratito cuando inmediatamente no se les puede atender. Más tarde, cuando son mayores, un breve recordatorio será suficiente para saber que primero son los deberes y después podrá ver la tele o jugar.
Hay normas que se enseñan de manera clara, sabiendo que eso es lo que hay que hacer. Por ejemplo, cómo cruzar un paso de peatones, no saltar desde un sitio alto, ponerse el abrigo cuando hace mucho frio, y otras que son incuestionables para la seguridad y protección del menor. En estos casos, los padres tienen la certeza de que es bueno para los hijos y la actitud con la que lo transmiten es de seguridad.
Esta actitud de seguridad es clave también para el resto de normas que los padres creen necesarias establecer para el desarrollo adecuado del menor.
La actitud segura, tranquila y cercana será la mejor manera para llevarlo a cabo.
Reglas para establecer límites
Estas serían las reglas más importantes para establecer límites:
º El límite tiene que ir acompañado de una explicación clara y breve, acorde a su edad. Es importante explicar el valor de que el límite está protegiendo, para que lo interioricen y no solo lo cumplan para evitar consecuencias negativas.
º Ser consistente y hacerlo siempre. No vale unas veces sí y otras no. Recordando la norma cuando sea preciso y aplicando consecuencias cuando no se cumplan. Estas consecuencias no deben implicar la retirada del cariño.
º Consenso y coherencia entre los propios padres y las demás personas que están a cargo de los menores (abuelos, cuidadores…). Si damos dobles mensajes creamos confusión en el niño/a y la norma se debilitará.
º Con tranquilidad. Con los nervios y gritos activamos una parte cerebral que corresponde al hemisferio derecho (cerebro emocional) que inhibe la corteza cerebral, es decir, el hemisferio izquierdo (cerebro racional), que utilizamos para razonar, reflexionar, entender... En esta situación será más difícil que escuche y entienda lo que le queremos transmitir.
º Con cariño. Con un tono de voz calmado, una mirada cálida, recibirá un mensaje de que no es un ataque contra él si no una regla que cumplir. El enfado será menor, y posibilitará una mejor relación. No olvidamos que la razón principal por la que le ponemos límites es porque le queremos.
º Con confianza. Debemos confiar en que sabemos por dónde lo estamos guiando.
Lo límites deben ser como un colchón firme y suave. Pero no como un colchón duro, porque entonces los niños podrían hacerse daño.
Autor: Carmen Gay San José
Psicóloga y Psicoterapeuta de MenteIntegra
Miembro del equipo del Instituto de Psicología Integrador MenteIntegra
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