Por Rocío Pescador
Cuando escuchamos la palabra duelo, lo primero que pensamos es en seres queridos, personas cercanas que han fallecido, sea por el motivo que sea, pero que ya no están aquí con nosotros, pero… ¿realmente entendemos en qué consiste y qué conlleva?
La elaboración de un duelo requiere de un proceso que consta de una serie de fases por las que nuestro cerebro necesita pasar para poder digerir esa experiencia tan dolorosa. Muchas veces, nos preguntamos cuánto tiempo durará toda esa sintomatología, ese dolor tan grande, esa tristeza, esa rabia, esa angustia… Lo cierto es que el tiempo de duración tan solo se puede estimar, puesto que va a depender en gran medida de cada persona, sus circunstancias, su personalidad, la manera en que ese ser se fue… y sobre todo, del impacto que generó en ella.
Si bien es verdad, algunos tipos de muertes como infartos, derrame cerebral, enfermedad viral, accidentes, desastres, suicidios, homicidios… van a complicar el proceso y probablemente influyan en el tiempo de curación.
Cuando no conseguimos caminar por esas etapas y nos detenemos de manera persistente en una de ellas, porque algo nos lo está impidiendo y no logramos cerrar, corremos el riesgo que ese duelo pueda patologizarse. Existen circunstancias de alto riesgo para un duelo traumático, como brusquedad y falta de anticipación, violencia, evento causado por el hombre, sufrimiento del ser querido antes de su muerte, causas no naturales, un suceso que se podía haber prevenido, negligencias, edad prematura, múltiples muertes, pérdida de un hijo…
De cualquier forma, sea el tipo de muerte que sea, hay otros motivos comunes por los que en ocasiones uno se puede atascar. Uno de ellos tiene que ver con el vínculo existente entre la persona y el ser que ya no está. Otras veces, tenemos un tremendo miedo y una idea muy arraigada que si aliviamos y perdemos ese dolor nos vamos a olvidar de la persona; “si dejo de sufrir, de sentir la desesperación ¿ya me olvidé de esa persona, ya no le quiero, no le quise…?”. Aquí es pertinente enfatizar que cuando dejo de tener dolor no significa que olvide a la persona, la vamos a recordar pero de una manera mucho más sana, sin ese enorme desconsuelo.
Un alivio tras la muerte también nos puede causar una cierta sensación de malestar e interrumpir el duelo. Los motivos pueden ser infinitos, como por ejemplo que “ya paró de sufrir”… Me pregunto a qué humano le gusta el sufrimiento, a quien le satisface ver sufrir a otro o a quién le agrada sufrir él mismo?. Parece pues muy adaptativo sentir alivio si esa persona al irse ya no sufre y por tanto, yo ya no sufro viéndole sufrir.
Un ser querido es como un espejo que nos devuelve cosas acerca de nosotros mismos. Cuando ya no está, es como si se rompiese ese espejo, no sólo perdemos a esa persona querida sino todas aquellas cosas de nosotros mismos, y nos planteamos nuestra manera de ver el mundo. Solemos hacernos preguntas del tipo “¿quién soy yo ahora sin él?”. Nos cuestionamos nuestra propia identidad. Aquí es interesante preguntarnos ¿qué he perdido además de a mi ser querido?.
Por tanto, algo que también quería aclarar en este artículo, es que es muy importante tener en cuenta otros procesos en los que también está implicado el duelo y que no necesariamente son fallecimientos. Se trata de otro tipo de pérdidas, ya sean de hogar, trabajo… o rupturas de relaciones de pareja o de cualquier otro tipo, pérdidas de experiencias que tuvimos…, e incluso despedidas no solo de personas o lugares sino de aquellas cosas que un día imaginamos y que no pueden ser o que nunca lo fueron como experiencias emocionales faltantes: aquellas necesidades que no fueron cubiertas.
En mi práctica clínica me encuentro en multitud de ocasiones ayudando a procesar duelos de aquello que idealizamos, es decir, de aquello que nos encantaría que hubiese sido de una determinada manera pero que no fue, ni lo es: de aquellos padres que un día imaginamos tener o deberían ser pero no son, de aquellos 27 años que imaginé y que cuando llegaron no tienen nada que ver con lo que un día pensé que sería yo a esa edad, de aquel trabajo con el que soñé… Estas experiencias también necesitan de un proceso de duelo, despedirme de esa parte de mí que un día imaginé que sería pero que no soy, de esa parte de rabia que aún habita en mí, de ese niño que necesitaba ser calmado pero por circunstancias no lo fue y sigue dentro de mí…
No es de extrañar que necesitemos elaborar múltiples duelos a lo largo de nuestra vida de todas estas situaciones que indudablemente generan malestar, unas más que otras, pero que también requieren la confección de un duelo, de un “dejar ir”.
En uno u otro caso, el duelo es más que la pérdida, va más allá del dolor de perder a alguien o algo y es por ello que este proceso es tan complicado. Necesitamos reajustarnos a este nuevo mundo sin eso que antes sí teníamos o que nos hubiera gustado tener o hubiésemos necesitado.
La persona necesita adaptarse personalmente revisando su supuesto mundo y su identidad, dado que cada uno ha cambiado tras la pérdida. Uno no se recupera del duelo, se adapta a la pérdida, de lo que sí se recupera es del dolor.
En MenteIntegra - Instituto de Psicología Integrador, disponemos de una unidad para trabajar con el duelo compuesta por un equipo de Psicólogos expertos en este campo que desde el máximo cuidado y respeto intervenimos para que el individuo afronte y se adapte a la pérdida y recuperarse así del dolor.
Autor: Rocío Pescador García
Psicóloga y Psicoterapeuta de MenteIntegra
Directora y Fundadora del Instituto de Psicología Integrador MenteIntegra
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