Por Stella Tunzi
Hace unos días coincidí esperando el ascensor con uno de mis vecinos, yo estaba consultando mi móvil cuando llegó, y me comentó que todos estábamos igual, que ya no nos comunicamos porque estamos siempre con el teléfono. Me hizo pensar, porque no creo estar especialmente enganchada a mi smartphone, pero hace ya tiempo que he notado que en muchas situaciones, estamos mucho más atentos a lo que sucede en la pantalla que lo que hay a nuestro alrededor, y puede ser que eso nos aísle a veces de los que tenemos más cerca.
Me imagino que en esta era digital que va cada vez más rápido, es fácil cuestionarse si el tener tantos medios para conectar, nos ayuda a crear vínculos con otros o nos aísla, y qué papel juega todo ello en nuestro estado de ánimo.
Es innegable que el modo de relacionarse y comunicarse ha cambiado, la facilidad y la inmediatez con la que podemos contactar con personas que están en la otra parte del mundo me habría parecido de ciencia ficción cuando era niña. Pero a pesar de que sea mucho más fácil estar en contacto y haya muchos medios para relacionarse, es fácil encontrar la palabra soledad asociada a la idea de “epidemia del siglo XXI”.
Es cierto que crece el porcentaje de personas que se sienten o están solas, hasta el punto de que por ejemplo el Reino Unido, ha creado un ministerio dedicado a prevenir y paliar los efectos de la soledad. Está claro que hay aspectos sociológicos que influyen, como el aumento de la esperanza de vida, o la baja natalidad. Nuestro modo de vida ha cambiado, y aunque muchos vivimos en ciudades con millones de habitantes, eso no nos garantiza tener un grupo de pertenencia.
La necesidad de contacto con los demás
Porque en realidad la soledad, vivir solos, o hacer cosas a solas no tienen por qué ser negativo para nuestro bienestar; lo que nos afecta realmente es sentirnos aislados o excluidos, no sentirnos parte de una comunidad o un grupo. Cuando nos sentimos así es cuando podemos empezar a sufrir a nivel psicológico, está claro que sentir el apoyo de otros nos ayuda a superar momentos difíciles, y compartir los buenos momentos nos enriquece emocionalmente.
Barbara Fredrickson, que lleva años investigando sobre las emociones positivas y como fomentarlas, insiste en la importancia del contacto con otros. De hecho afirma que uno de los factores que más contribuye a hacernos sentir emociones positivas son los momentos de conexión con otras personas. En principio puede parecer obvio, es lógico que si en mi día a día estoy en contacto con otros, me sentiré mejor. Pero lo interesante es que en sus investigaciones concluye que, incluso pequeñas interacciones cotidianas, nos ayudan a sentir emociones positivas. Es decir, no es necesario tener una larga charla a corazón abierto con alguien de mucha confianza, sino que una breve conversación en la que haya una mínima conexión, aunque sea con un desconocido en la caja del supermercado, ya puede contribuir a nuestro bienestar. Y como es lógico cuanto más frecuentes sean esas experiencias mejor nos sentiremos.
Pero... ¿qué sucede con el contacto virtual, ¿también favorece nuestro bienestar?
Según Fredrickson, el efecto no es el mismo si la comunicación se establece a través de mensajes o chats, en ese sentido parece que nuestras conversaciones a través de los chats de redes sociales, no son tan eficaces para generar bienestar. Puede que sea porque una gran parte de la comunicación de emociones se pierde, y es que por más emojis que añadan, es difícil cambiarlos por la expresividad de un gesto o un tono de voz. Así que, son una buena distracción, pueden producirnos emociones pasajeras, pero no generan un mayor bienestar de modo estable. Por no hablar del malestar y las malinterpretaciones que surgen cuando no recibimos respuesta, algo que difícilmente sucedería en una conversación cara a cara.
En cambio, cada vez usamos más estos medios para comunicarnos e incluso para entablar relaciones, y si en una comunicación en positivo a veces son engañosos, todo se complica mucho más en caso de conflicto. De hecho es bastante frecuente que en consulta aconsejemos no resolver los conflictos a través de un chat, y en cambio con qué facilidad surgen, y qué difícil es encontrar el modo de aclararlos.
Por lo tanto, estar constantemente conectados a nuestras redes sociales no parece ser una garantía para el bienestar, es más incluso a veces caemos en buscar la aprobación o el sentirnos integrados, a base de conseguir muchos “likes” o seguidores. Es fácil confundir el “me gusta lo que has publicado/ compartido” con un “me gustas”. Eso nos lleva a proyectar una imagen perfecta de nosotros mismos, que no siempre se corresponde con la realidad.
También con relativa frecuencia produce malestar, el hecho de compararse y ver que tenemos muchos menos amigos o seguidores que otros, o mucha menos actividad en nuestros diversos perfiles.
Es verdad que no todo es negativo, y que uno puede entablar relaciones sólidas y conocer gente nueva. También esa inmediatez y facilidad sirve en muchos casos para retomar el contacto, aunque se tenga poco tiempo.
La clave está en no abusar de estos medios
Quizás la clave sea no caer en que gran parte de nuestro contacto con los demás lo hagamos a través de una pantalla, sino ser conscientes de que a veces a nuestro alrededor pasan cosas mucho más interesantes, o incluso urgentes, que pueden hacer que nos sintamos menos solos y más a satisfechos con nosotros mismos.
Autor: Stella Tunzi Gutiérrez
Psicóloga y Psicoterapeuta de MenteIntegra
Miembro del equipo del Instituto de Psicología Integrador MenteIntegra
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